Evangelio según S. Juan, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús ya sabía que había llegado su hora para pasar de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Cuando cenaban, el diablo ya había metido en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregara,
Jesús, sabía que el Padre había puesto todo en las manos, y que venía de Dios, y a Dios volvía,
se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñe.
Luego puso agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a secarlos con la toalla.
Llegó a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?
Jesús le dijo: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; lo comprenderás después.
Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: pero no tendrás parte conmigo.
Simón Pedro le dijo: Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos.
Porque Jesús sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.
Después de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?
Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros; os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho.